martes, 18 de junio de 2013

“Obreros, tratad de comprender bien esto: la ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios.”

“Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia”, el gran papel que las mujeres han tenido en la historia ha sido silenciado, y si ellas aparecían, lo hacían como “casos excepcionales” que alcanzaron renombre por “extrañas” aptitudes para el arte o la ciencia, o bien porque la herencia y oscuros designios divinos habían querido ungirla reina o santa. Esto se modificó radicalmente, recién con el advenimiento de la segunda ola feminista en la década de 1970, cuando activistas y académicas comenzaron a cuestionar esta ausencia y se propusieron investigar a las mujeres en la historia, dando lugar a la Historia de las Mujeres. Pero si la opresión social del género femenino colaboró en la invisibilización de la participación de la mitad de la humanidad en los procesos históricos, doble fue el ocultamiento cuando se trató de las mujeres luchadoras, rebeldes, revolucionarias.

FLORA TRISTÁN
Cabe preguntarse por qué la historia oficial sólo la recuerda como la abuela del pintor Paul Gauguin y, de esta manera, mantiene en el olvido a esta extraordinaria mujer que se sobrepuso a las dificultades y logró plasmar sus audaces pensamientos a través de la militancia, convirtiéndose, sin saberlo, en una precursora de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Ella se anticipó seis años a la potente idea del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, cuando escribió, en su obra Unión Obrera, acerca de la necesidad imperiosa de que la clase trabajadora se uniera superando las fragmentaciones nacionales y luchara por construir una organización única en todo el mundo, que le diera la fuerza suficiente para lograr su emancipación.
La vida trágica de Flora fue el suelo fértil en que germinaron sus ideas de reivindicación de los oprimidos. Quedó huérfana siendo adolescente y, debido a que la relación de sus padres no se había formalizado, no pudo heredar la riqueza paterna. Es así como pasó de una condición desahogada a una vida de grandes penurias. Adolescente, empezó a trabajar como aprendiza en un taller de grabados, cuyo propietario era un hombre brutal y despótico con el que su madre la obligó a casarse cuando tenía apenas diecisiete años. Así, Flora continuó oprimida: de la familia de sangre a un matrimonio y una maternidad que no había elegido.
El esposo, André Chazal, pronto se muestra como un tirano bebedor y jugador que derrocha el dinero de la familia, además de sentirse rabioso por la frustración de no haber encontrado, en la joven esposa, la mujer sumisa y apacible que buscaba. Hombre violento que, más tarde, intentará violar a su hija, una púber de doce años. Según una biógrafa de Flora Tristán: “Flora es plenamente conciente de que el matrimonio significa la apropiación de la mujer por el hombre. Por ello, propugna la libertad de divorcio y la libre elección del marido por parte de las mujeres, sin que en el matrimonio intervengan los intereses económicos de los padres de los jóvenes. Sin embargo, para ella el matrimonio es antagónico con el amor ya que rechaza que ‘las promesas del corazón… sean asimiladas a los contratos que tienen por objeto la propiedad’.
Harta de las borracheras y de los abusos del marido, Flora abandona la casa llevándose a los niños. A partir de ese momento, comienza una larga y tenaz disputa por la tenencia de los hijos que termina cuando el esposo intenta asesinarla en la calle, por lo que es condenado a veinte años de prisión. Paradójicamente, gracias a esa bala, Flora finalmente consigue la anulación del matrimonio, pero se gana el repudio de la sociedad. “Una esposa que huye del domicilio conyugal y se lleva los frutos del matrimonio, no tiene lugar en la sociedad: es una paria.” Éstas son las palabras con las que el hermano de su madre, el comandante Laisney, alude al abandono del hogar conyugal, frase que le sugiere el calificativo exacto para sí misma. De ahora en adelante, Flora sabe fehacientemente que será una paria.
Por la educación de las mujeres
Las conquistas de la Revolución Francesa, de efímera existencia, fueron prontamente sustituidas por la monarquía borbónica restaurada. Derechos como el divorcio quedaron eliminados. La gran revolución estalla en 1789; pero, apenas cinco años después, empieza a declinar cuando se instaura la dictadura de Napoleón, que durará hasta 1815. Ésta es una época de prosperidad para la burguesía francesa, ya que el proceso de industrialización del país está en vías de transición, pasando de la manufactura al maquinismo; se transforma la técnica del tejido y de la hilandería. Una perfeccionada máquina de vapor permite instalar las fábricas en las ciudades, que hasta entonces sólo podían funcionar a orilla de ríos que proveyeran la energía necesaria. Así se va concentrando la riqueza en manos de la burguesía, propietarios de los medios técnicos y del capital.
La situación de la naciente clase obrera es el terreno en el cual surgen pensadores que formulan las nuevas teorías del socialismo utópico, que proyectan un nuevo tipo de sociedad basada en la cooperación mutua y en la que no existiría la explotación.[4] Saint Simon[5] y Fourier[6], a quienes Flora no conoce aún, ya han desarrollado los ejes fundamentales de su pensamiento.
A pesar de que Flora no tuvo una educación sistemática, adquirió conocimientos por sí misma. Las únicas lecturas de su adolescencia y los primeros años que siguieron a la separación de su marido, fueron novelas románticas y teatro. Pero, en 1825, después del nacimiento de su hija Aline, lee por primera vez otro tipo de literatura: llega a sus manos Vindicación de los Derechos de la Mujer, de Mary Wollstonecraft, que la impresiona profundamente.[7]
En esa época, el pensamiento filosófico mantenía una tensión entre los librepensadores economicistas que bregaban por la instauración del libre mercado y los socialistas, para quienes la educación era vital a los fines de conseguir un nuevo orden social. El idealismo que los impregna se hace patente en su consideración de que la mejoría del ser humano es la condición previa para una sociedad justa, pensamiento del que Flora se apropia al darse cuenta de la desventaja que supone para la mujer la carencia de educación. Aunque intuye que los mecanismos de opresión de los que se vale la clase dominante son de tipo económico, no llega a formular una teoría de la emancipación social y siempre está presente, en su obra, la importancia de la educación de las mujeres en el camino de la liberación.
En 1830, se produce en Francia la revolución de julio, instaurando una monarquía constitucional que, enseguida, otorga mayores libertades a la burguesía industrial, comercial y financiera permitiéndole enriquecerse más rápidamente. Al mismo tiempo, ataca a la clase obrera porque ya comenzaba a evidenciarse una débil, pero clara tendencia a la organización. En ese momento, Flora se une al pueblo, impresionada profundamente por la movilización popular. Un año después, estalla una insurrección obrera en las sederías de Lyon, una ciudad fabril que queda en manos de los trabajadores por varios días y donde tres años más tarde acontece otra revuelta. La doble insurrección lyonesa reveló, por primera vez, la importancia revolucionaria de la clase trabajadora que, aún en una sola ciudad, levantaba el estandarte de rebelión contra la burguesía, apuntando agudamente contra la causa de su miseria.
El 7 de abril de ese mismo año, Flora viaja a Perú, donde va a reclamar su herencia. Esta experiencia la marcará en forma indeleble. La travesía en barco dura más de cuatro meses, siendo la única mujer entre la tripulación. Aunque a su llegada a tierras americanas, su tío no la reconoce como heredera, en Lima experimentó las vivencias del dulce pasar de las limeñas adineradas y de las duras condiciones en que vivían las mujeres pobres -sirvientas, pordioseras, prostitutas. También conoció a las ravañas, mujeres de los pueblos originarios armadas que acompañaban a los soldados, llevando a cuestas a sus hijos, aprovisionándose en los pueblos -por la fuerza si era necesario- y que no pertenecían a ningún hombre en particular. Flora percibe en estas mujeres una forma de vivir radicalmente diferente a la de las mujeres que había conocido hasta entonces, lo que le plantea nuevos interrogantes sobre la naturaleza de los sentimientos femeninos. Y, simultáneamente, reafirma su idea de que la educación es el verdadero factor que logrará eliminar la desigualdad entre los sexos.
“Allá donde la ausencia de libertad se hace sentir, la felicidad no puede existir”[8]A París regresó una Flora completamente distinta, en la que no quedaban casi rastros de ingenuidad y en la que las ideas socialistas y feministas se concretaron a través de una obra literaria y de acciones políticas -prácticas ambas irreverentes, en esa época, para una mujer. La estadía en Perú quedó plasmada en dos volúmenes. Peregrinaciones de una paria, dedicado a los peruanos y firmado por “vuestra amiga y compatriota”, diario de su viaje a América que fue publicado en 1838. Ya antes había escrito De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras, una crítica contra los prejuicios sociales que pesan sobre las mujeres solas. Por caso, analiza la situación de las mujeres trabajadoras en Francia e Inglaterra, constatando que la remuneración que reciben es mucho más baja que la de los varones por la misma labor. En 1842, escribe: “Los industriales, al ver a las obreras trabajar más a prisa y a mitad de precio, despiden cada día a los obreros de sus talleres y los reemplazan por obreras. Una vez que se entra en este camino, se despide a las mujeres para reemplazarlas por niños de doce años, finalmente se llega a no ocupar más que niños de siete u ocho años. Dejad pasar una injusticia, pero estad seguros de que engendrará miles de ellas.”[9] Según Flora, es el mismo opresor -el capitalista- el interesado en la explotación del proletariado y de la mujer. Por la lógica del capital, la mujer desplaza el ejército de reserva masculino debido a la menor retribución económica que recibe por el mismo trabajo. Ésta será una de las ideas que, posteriormente, Karl Marx desarrollará en su obra El Capital.También viaja a Inglaterra, país en el que la Revolución Industrial se hallaba en su apogeo, donde los trabajadores vivían en condiciones paupérrimas, en ciudades sin servicios, hacinados, asolados por epidemias, agotados por jornadas extenuantes. Allí conoce lugares de espanto, no titubeando en disfrazarse de hombre para poder entrar a prostíbulos, manicomios y cárceles. Pero también visita el parlamento británico, las carreras hípicas y los clubes aristocráticos. A partir de esa experiencia, escribe Paseos por Londres, que publica en 1840, donde responsabiliza a la burguesía y al sistema capitalista de las condiciones de miseria en las que sobreviven hombres y niños, así como de las aún más terribles condiciones de existencia de las mujeres, muchas de las cuales están obligadas a prostituirse para poder sobrevivir. Y es aquí donde Flora concibe la idea de que los trabajadores y las trabajadoras son los únicos que pueden defenderse y luchar por mejorar esta situación. Así se dispara en ella la necesidad de publicar el pequeño pero importante trabajo Unión obrera en el que dice: “Obreros, durante doscientos años o más, los burgueses han luchado valerosa y descarnadamente contra los privilegios de la nobleza y por el triunfo de sus derechos. Pero, llegado el día de la victoria, aunque reconocieron la igualdad de derechos para todos, de hecho acapararon para ellos solos todos los beneficios y las ventajas de esta conquista.”
El cambio social que propugnaba Flora debía ser pacífico y moral, inspirado en “el amor por la humanidad” y basado “en la educación, rescatando la generosidad y la solidaridad con los humildes.”[11] Pero, su idea de cambio desbordará las fronteras y tendrá un carácter internacional. En su folleto, Flora decía “nuestra patria debe ser el Universo.”[12] El instrumento de la transformación social sería ese ejército de trabajadores laico y pacífico, la Unión Obrera, donde hombres y mujeres participarían en un plano de absoluta igualdad y que, mediante la persuasión, la presión social y el uso de instituciones legales, iría transformando de raíz la sociedad. Al no encontrar editor que se animara a publicarlo decide, entonces, hacer una colecta entre sus amistades y así consigue que salga a la luz éste, que será su aporte para la organización de la clase trabajadora.

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